jueves, 3 de marzo de 2011

PARADIGMAS

¿Entrada nueva o viejas salidas a la ya habitual falta de originalidad?

¿Escribir desde la cama porque la silla ya no te inspira o porque es realmente la almohada la que te susurra al oído?

¿En que momento pasó el móvil de ser una herramienta de comunicación a ser el cubo en el que arrojar los despojos de una mente cansada?

¿Pueden las vibraciones sonoras del aire convertirse en ovejas para ser contadas?

Y, lo que no es menos intrigante, ¿cómo es posible que una horda incontrolada de pequeños, estilizados y negros seres de retorcidas formas pedunculadas consigan aferrarse a las pestañas hasta lograr con su peso cerrar los ojos del que busca el sueño entre las páginas de un libro?

Tantas preguntas pueden hacerse como formas de encontrar el sueño haya.
Lo cierto es que llega un momento en que el peso de los párpados se hace insoportable mientras escribo y mis dedos se niegan a responder a las órdenes que la mente les dicta. Es en ese momento cuando el mundo real más allá del pellejo que define los confines de mis párpados deja de existir para dar paso a la realidad del mundo onírico que, aunque aparentemente vacío la mayoría de las veces, está ahí para tamizar los millones de datos que mi cerebro recibe a lo largo del día.
Sea como fuere, al día siguiente, si todo va como es de esperar, volveré a abrir los ojos y el mundo que desapareció detrás de mis párpados cerrados volverá a materializarse invitándome a salir de mi letargo primero y, más tarde, de la cama que, tan callada ella, veló mi inerte cuerpo durante la noche. Y de aquel mundo onírico que existió el tiempo que permanecí dormido es posible que algo persista retenido en mi memoria mas, muy probablemente, ya nada quedará de él antes de que me haya incorporado y las plantas de mis pies reposen sobre el helado suelo del dormitorio.
Existencia efímera, pues, la de los sueños de aquel que, muy a su pesar, no suele recordarlos.

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